5/11/17

Deporte e literatura: Jo Nesbo, La sed

No último, e non o mellor, libro de Nesbo:


Harry corría. No le gustaba correr. Por lo visto había gente que corría porque le gustaba. A Haruki Marakami le gustaba. A Harry le gustaban los libros de Murakami, salvo el que trataba sobre correr, ese no lo había terminado. Harry corría porque le gustaba parar. Le gustaba la sensación de haber corrido. Y también podía cogerle el gusto a las pesas. El dolor específico, limitado por la capacidad de los músculos, no por la voluntad de sufrir. Seguramente era un síntoma de su debilidad de carácter, su tendencia a evadirse, a buscar el analgésico incluso antes de que le doliera.

Un perro de caza famélico, de esos que la gente pudiente de Holmenkollen tenía aunque no fueran de caza más que un fin de semana cada dos años, llegó brincando por ele sendero. Su dueño venía corriendo a unos cien metros de distancia. Vestía ropa de temporada de la colección Under Armour. Harry tuvo tiempo de hacerse una idea de cuál era su técnica de carrera cuando se cruzaron como dos trenes a punto de chocar. Una pena que no corrieran en la misma dirección. Harry se habría colocado tras él, respirándole en la nuca, habría fingido que estaba a punto de dejarle ir y luego le habría machado en las cuestas hasta llegar al lago de Tryvann. Le habría dejado ver las suelas gastadas de sus Adidas de veinte años. Oleg afirmaba que Harry era Increíblemente infantil cuando salían a correr; que, incluso cuando se había prometido ir al trote todo el camino, siempre acababa proponiendo una carrera en la última subida. En su defensa, habría que decir que Harry estaba pidiendo que le dieran caña: Oleg había heredado el inmerecido elevado nivel de absorción de dióxido de carbono de su madre.

Más adelante vio a dos mujeres con sobrepeso que más que correr andaban, y que hablaban y jadeaban tan alto que no oyeron llegar a Harry, así que se desvió por un sendero más estrecho.

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