"Eran casi las ocho y media, y Héctor comenzó a trotar
despacio, con la intención de calentar la musculatura, eludiendo mirar a la
gente que se había dejado vencer por la desidia y se relajaba en las terrazas,
bebida en mano. Aunque había probado a ponerse cascos y escuchar música
mientras hacía ejercicio, la verdad era que disfrutaba más del ruido natural de
la calle, del ritmo de sus propios pasos que se aceleraban a medida que pasaban
los minutos. Corriendo se abstraía de cuanto le rodeaba hasta niveles
increíbles, concentrado únicamente en sentir cómo su cuerpo iba soltando la
tensión con cada zancada, preparándose para alcanzar una velocidad con la que
muchos de su edad sólo podrían soñar. Cuando llegó al Passeig Marítim y notó
aliviado la brisa que desprendía aquel domesticado mar de ciudad, casi sonrió,
satisfecho de encontrase allí, ejercitando el cuerpo, en lugar de haberse
apoltronado en casa. Sus abdominales, esa parte de la anatomía masculina tan
tímida que se resistía a dejarse ver, se lo agradecerían. Y Lola También.
Aceleró aún más la carrera al pensar en ella (…)
La Brisa se transformaba en aire, y en el paseo ya sólo
quedaban otros corredores que también se esforzaban por llegar a una meta que
únicamente estaba en sus cabezas. Por superarse. Por ganarle segundos al
tiempo. O quizá, como a veces le sucedía a él, esascarrears nocturnas se
convertían en un simulacro de huida…"
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